martes, 17 de noviembre de 2009

La modernidad en los albores: El testamento del doctor Mabuse

Pocos directores han dejado en mi tanta huella como Fritz Lang. Y es que este hombre fue un adelantado a su tiempo, ya que revolucionó las técnicas formales y narrativas desde un punto de vista muy personal: composición, ritmo, montaje, puesta en escena,...

Siempre he defendido El testamento del doctor Mabuse como una de las mejores películas del director, donde todos los avances logrados y perfeccionados por Lang se conjuntan para crear una obra de una calidad extraordinaria, que llama la atención por su temprana fecha de producción (1933). Este hombre dominaba a la perfección la técnica narrativa, y era a su vez un maestro en la puesta en escena, logrando siempre una completa comunicación con el espectador: Lang sabía como mantenerlo sentado en la butaca.

El testamento del doctor Mabuse funciona como una continuación de El doctor Mabuse (1922), que narra la historia, a modo de serial, de un genio del crimen (el doctor Mabuse, interpretado memorablemente por Rudolf Klein-Rogge, uno de los actores fetiche de Lang) que se sirve de sus poderes hipnóticos para realizar sus macabros planes. En esta ocasión, la furia del doctor desemboca en una locura que precipita su final (locura, a mi entender, fingida o auto-provocada al verse acorralado por sus perseguidores). La película se desenvuelve en un entorno industrial y fantasmagórico (muy propio del expresionismo, aunque Lang nunca quiso reconocerlo).

El inicio del film es memorable. La utilización del sonido refuerza aún más la pulsión de la escena, un ruido ensordecedor de máquinas (montado sobre unos diálogos inaudibles), que refleja la tensión de uno de los ayudantes del comisario Lohman (principal perseguidor de Mabuse), que se encuentra escondido (y posteriormente acorralado) en la habitación de una fábrica. El gusto por el realismo que siempre acompañó a Lang aquí se eleva a su enésima potencia. Y la película es un compendio de alardes técnicos y visuales (sobreimpresiones, montaje paralelo, encabalgamientos de sonido,...), que deja algunos momentos de una enorme enorme belleza y, como apunté anteriormente, de una gran carga realista: el asesinato del doctor Kramm en su coche detenido en un semáforo, en este sentido, es ejemplar (Lang nos "sugiere" su muerte con el silbido continuado del claxon al apoyarse el cuerpo en el mismo una vez le han disparado). O el montaje paralelo en la parte final del film, en el que el ritmo se va acelarando de manera vertiginosa hasta desembocar en una espectacular explosión de una fábrica de gas (explosión que, por otra parte, puso en peligro la vida de varios miembros del equipo). La modernidad que desprenden todas estas innovaciones sorprenden con su visionado hoy dia, ya que confieren una inusitada eficacia y belleza, a la vez que grandes dosis de entretenimiento.

El testamento del doctor Mabuse fue prohibida por el régimen nazi y solo pudo estrenarse de forma clandestina, gracias a dos copias de seguridad que se hicieron en diferentes versiones (alemana y francesa) y con diferentes actores. Posteriormente, en 1942 (después de poder verla por primera vez), Lang reafirmó el carácter antinazi del film.


Lang será una constante en este blog, ya que pocos directores han dejado tantas obras de enorme calidad, y de una forma tan continuada. Algunos detractores lo consideran solamente eficaz en el género del thriller o el cine negro. Evidentemente, debe considerarse al director vienés como un realizador de género, pero en varias de sus incursiones por otras temáticas como la ciencia ficción, el western o el cine de aventuras nos dejó igualmente obras de indiscutible valor: Metrópolis (1926), Encubridora (1952), o Los Nibelungos (1924) son excelentes ejemplos de ello.

Gracias, señor Lang.